NIGERIA.LA MALDICIÓN DE LAS ÁGUILAS VERDES


Tras lograr la Medalla de Oro en Fútbol en los Juegos Olímpicos de 1996, muchos vieron en Nigeria un candidato firme al título para el Mundial de Francia 98. Quizá la historia hubiera sido otra si no fuera por una suerte de maldición que hizo que los mejores jugadores de aquella generación no llegaran nunca a dar el máximo de sí. Dedicaremos un espacio dividido en dos capítulos a la historia de aquellos jugadores, que tras tocar el cielo vieron como la tierra se abría a sus pies.
En las Olimpiadas de Atlanta, en 1996, el equipo de fútbol de Nigeria consiguió un hito. Por primera vez en la historia, un combinado africano conseguía un título oficial en la categoría senior. El hecho fue, si cabe, más brillante, si tenemos en cuenta la trayectoria en el campeonato de las Águilas Verdes.

Tras clasificarse segunda de grupo por detrás de Brasil, eliminando a Japón y Hungría, Nigeria venció en cuartos de final a México por 2-0. En semifinales, se encontró de nuevo con Brasil, equipo que, en la liguilla de grupos, había derrotado a los africanos por un gol a cero. La selección que Brasil llevó a aquel campeonato era imponente, con la meta de lograr el único título que históricamente se les ha resistido. Aquel plantel contaba con hombres como Rivaldo, Roberto Carlos, Ronaldo, Bebeto, Dida, Junior Paulista, o Savio.

El partido fue vibrante.
Flavio Conçeiçao adelantó a los cariocas en el primer minuto de juego. Nigeria empató gracias a un autogol de Roberto Carlos en el minuto veinte, pero un gol de Bebeto y un tercero de nuevo de Conçeiçao hicieron que Brasil llegara al descanso con una ventaja que se suponía suficientemente holgada. En la segunda parte, Nigeria tomó la iniciativa, pero todos sus ataques se encontraron con la defensa brasileña, formada por Aldair y Ronaldo Guiaro “Ronaldao” y con Dida. Todo pareció terminado cuando Okocha, a mediada la segunda parte, erró un penalti lanzando el balón por encima de la portería.

Sin embargo, en el fútbol todo es posible. En el minuto 78 Victor Ikpeba reducía distancias. Las embestidas de las Águilas Verdes se incrementaron cuando, en el último minuto, Kanu recibió un balón en el área y, de espaldas a Dida, consiguió hacer un sombrero al portero brasileño para conseguir después, a puerta vacía, el empate. Fue uno de los goles más bellos de cuantos ha hecho el espigado delantero nigeriano.

La prórroga casi no existió.
Los brasileños estaban anímicamente hundidos, y, de nuevo Kanu batió, de tiro cruzado en el minuto tres del tiempo añadido a Dida. Gol de oro. Los máximos favoritos estaban eliminados.

La selección Argentina celebró por todo lo alto la eliminación de Brasil. Enfrentarse a Nigeria en la final no era lo mismo que hacerlo ante aquellos que, según todos los pronósticos, estaban llamados a hacerse con la medalla de oro.

La final, jugada en el Estadio Athens, el mismo escenario que las semifinales, comenzó con un tempranero gol del Piojo López. Los nigerianos consiguieron empatar por medio de Celestine Babayaro –inventor de las famosas volteretas que después dieron fama a Aghahowa o Uche-, pero Hernan Crespo adelantó de nuevo a Argentina. El combinado albiceleste –que ya había ganado a Nigeria en el Mundial de 1994 en EEUU- jugó mejor, en líneas generales, y en más de una ocasión estuvo a punto de sentenciar el partido. Sin embargo fue Daniel Amokachi quien consiguió el empate.

Llegó el último minuto de juego y todo parecía indicar que, de nuevo asistiríamos a una prórroga. Nigeria se dispuso a sacar una falta desde la parte izquierda de su ataque. El balón voló y toda la defensa argentina salió al unísono al fuera de juego. Sin embargo, Emmanuel Amunike –que en aquel entonces jugaba en el Sporting de Lisboa y sonaba como futurible para el Barcelona- llegó en segunda línea para cabecear el balón al fondo de las mallas y evitar la prórroga, dando a Nigeria la Medalla de Oro.

Los argentinos protestaron en vano. No era fuera de juego.

Brillantemente, la selección nigeriana se hacía contra todo pronóstico con el título. Tras ello, todos los analistas mundiales coincidieron en señalar que aquel grupo de jóvenes jugadores, comandado por el holandés Jo Bonfrere, con su juego alegre y decididamente ofensivo estaba llamado a hacer grandes cosas en el fútbol mundial. Algunos incluso señalaron a Nigeria como candidata firme a hacerse con la Copa Mundial que se disputaría dos años después en Francia.

Aquellos jugadores eran Augustine Okocha, Celestine Babayaro, Daniel Amokachi, Emmanuel Amunike, Emmanuel Babayaro, Garba Lawal, Joseph Dosu, Nwankwo Kanu, Kingsley Obiekwu, Mobi Obaraku, Uche Okechukwu, Sunday Oliseh, Taribo West, Teslim Fatusi, Tijani Babangida, Victor Ikpeba, Wilson Oruma y Abiodun Obafemi.

Sin embargo, tras aquella cita comenzó la maldición de aquel grupo. Pronto sus esperanzas comenzaron a disiparse...


Nwankwo Kanu
La estrella indiscutible de aquel grupo de jugadores que hicieron historia era Nwankwo Kanu. Él fue el primero en sufrir lo que aquí llamamos la maldición de las Águilas Verdes. Tras su brillante actuación en las Olimpiadas, muchos hablaron de Kanu como un jugador a la altura de quien por entonces era el mejor del mundo: Ronaldo. No les faltaban razones. Kanu era un delantero atípico, con físico extraño, pero capaz de hacer cosas que están al alcance de muy pocos jugadores. El Inter de Milan lo fichó, en verano de 1996, para ser pieza clave de un equipo que prometía tardes de gloria. Sin embargo, como un jarro de agua fría, cayó la noticia: los médicos del Inter habían detectado que el corazón de Kanu estaba enfermo. Una de sus válvulas coronarias no se cerraba completamente. Los médicos fueron claros: debía dejar el fútbol profesional.
A pesar de ese primer diagnostico, Kanu luchó por seguir jugando. En noviembre de 1996, sólo tres meses después de tocar el cielo con su selección, Kanu se sometía a una operación a corazón abierto en EEUU. La válvula enferma fue sustituida por una de plástico. Eso garantizaba que seguiría viviendo, pero no jugando. Sólo su fe, y la del médico que le operó, hizo que en abril de 1997 regresara a los terrenos de juego.
Con todo, y a pesar del final feliz de la historia, Kanu nunca volvió a ser el mismo y aquellos meses inactivos dejaron factura en su juego y, sobre todo, en su progesión.


 Joseph Dosu
La maldición afectó, poco después a la base del equipo, esto es, por la portería. El portero titular de las Águilas Verdes en Atlanta 96 fue Joseph Dosu, un excelente guardameta de corte africano que estaba llamado a ser el guardameta titular de Nigeria en la siguiente década. Fue el único jugador del plantel nigeriano de los Juegos Olímpicos que aún jugaba en un equipo nigeriano. Tras los mismos, fichó por la Reggiana de la Serie A del Calcio. En enero de 1997, tras disputar su tercer partido con la selección absoluta de Nigeria, sufrió un terrible accidente de coche en Lagos que casi le postra a una silla de ruedas. Tras una dura rehabilitación consiguió volver a andar, pero tuvo que dejar definitivamente el fútbol a la edad de veintitrés años.
Tras la retirada de Dosu, la portería nigeriana quedó huérfana, y se ha mantenido así hasta la reciente aparición de Vicent Enyeama, primer portero de calidad que Nigeria ha tenido en la última década. De hecho, quizá esa fuera la mayor razón del estrepitoso fracaso de las Águilas Verdes en Francia 98. A aquella cita no sólo faltó Dosu, sino que su sustituto Ike Shorunmu, se rompió el brazo semanas antes de la cita mundialista. Esto hizo que Bora Milutinovic decidiera convocar para aquel mundial a Peter Rufai, que ya estaba retirado. El resultado: Nigeria jugó todo un mundial sin portero, de lo que se aprovecharon bien los daneses.
Una anécdota, que pocos conocen, referente a Dosu, es que cuando Sunday Oliseh marcó el 3-2 para Nigeria frente a España en el partido de debút de ambas selecciones en el Mundial 98, corrió a la banda, donde se encontraba Dosu, gritando su nombre, dedicándole el gol que a la postre daría la victoria a los nigerianos.

Emmanuel Amunike
Pero la maldición de las Águilas Verdes se cobraría más víctimas. La siguiente fue Emmanuel Amunike, el autor del gol del triunfo final en las Olimpiadas. Tras las mismas el Barcelona de Robson, quien sufrió sus internadas por la banda izquierda cuando dirigía al Oporto y Amunike jugaba en el Sporting de Lisboa, quiso ficharlo, pero el nigeriano no pasó las pruebas médicas. Sin embargo, finalmente, en el mercado invernal terminó fichando por el club culé. Una primera temporada de luces y sombras fue el preludio de la que sería su pesadilla. En septiembre de 1997, Amunike sufrió una lesión de rodilla de la que nunca se recuperaría completamente. Más de diez operaciones quirúrgicas sufrió el extremo zurdo, hasta poder vover a jugar a fútbol. Tras su paso por el Barcelona fichó por el Albacete de Segunda División. Sus primeros partidos parecían dar a entender que pronto recuperaría su nivel. Sin embargo, en su primer partido oficial con la selección nigeriana tras la lesión, se rompió el talón de Aquiles, tras ser pisado inintencionadamente por un rival. No volvió a las Águilas Verdes. Obviamente, se perdió la cita de Francia 98.

Otro que sufrió la maldición fue Daniel Amokachi. Delantero corpulento, rápido y potente hasta el punto de ser apodado “The Bull”, Amokachi era un fijo en la pareja de delanteros de las Águilas Verdes, generalmente junto con Ikpeba. Llegó a los Juegos como uno de los tres jugadores mayores de veintitrés años que se permitían convocar. Toda una institución en Nigeria, llamado a ser el heredero del mítico Rashidi Yekini, Amokachi fue traspasado tras la cita de Atlanta del Everton al Besiktas. Tras un comienzo fulgurante, su estrella fue apagándose.

Llegó al Mundial 98 más como líder de vestuario que por sus posibilidades de jugar. Jugó, efectivamente, en el segundo partido de su selección, frente a Bulgaria, pero no pudo volver a hacerlo. Tras la temporada 98/99 el Besiktas decidió rescindir su contrato debido a las continuas lesiones que el delantero sufría. Tras su paso por el equipo turco, Amokachi, que entonces tenía solo veintisiete años, no consiguió en ningún momento relanzar su carrera. Sus rodillas estaban destrozadas. Lo intentó en el Creteil francés y en el Colorado Rapids de EEUU, con el que ni siquiera llegó a debutar en partido oficial. Sus últimos destinos fueron un equipo de segunda división de Emiratos Árabes y un regreso fugaz a la liga nigeriana.

Tijani Babangida
Pero hay más. Una de las mayores sorpresas, gratas, de aquel equipo era Tijani Babangida, en aquel entonces extremo diestro del Roda holandés. Tras los Juegos, el Ajax se fijó en él para sustituir al también nigeriano Finidi George, traspasado al Betis. Comenzó fantásticamente en el Ajax, donde sus velocísimas carreras por la banda eran celebradas por los ajacied con gritos de júbilo. Terminó su primera temporada con buenos registros, que consiguió mejorar en una segunda campaña aún mejor, a nivel personal y grupal (el Ajax, entrenado por Morter Olsen, hizo el doblete aquel año, aventajando en liga en nada menos que diecisiete puntos al segundo clasificado, el PSV). La tercera temporada debía ser la de su consagración, pero Babangida cayó, en un viaje a Nigeria, enfermo de malaria. Esta enfermedad, crónica, sesgó su carrera. Ese año prácticamente desapareció de las alineaciones del Ajax. Tras varias cesiones (Genclerbirligi, Vitesse y Al-Ittihad) en las que no consiguió retomar su juego, Babangida se desvinculó del equipo de Ámsterdam en la temporada 2002-03. Su destino fue el equipo chino Changchun Yatai, donde tampoco consiguió triunfar. Tras esta mala experiencia, colgó las botas.

Del resto, qué decir. Excepto Sunday Oliseh, Okocha (que también pasó su pequeña travesía por el desierto en el PSG), Celestine Babayaro, Uche Okechukwu, capitán nigeriano que jugó regularmente para el Fenerbahçe y Wilson Oruma –actualmente en el Marsella-, ninguno consiguió una gran trayectoria deportiva. Victor Ikpeba vio cómo tras posicionarse a favor de la democracia en nigeria –tras la muerte del dictador Sani Abacha en junio de 1998- fue desapareciendo gradualmente de las alineaciones de las Águilas Verdes. Tras dos magníficos años en el Mónaco, fracasó en sus aventuras en el Borussia Dortmund y Betis –donde solo jugó tres partidos-. Intentó recuperar su carrera en la temporada 2003/04 en el Charleroi belga, pero sin suerte.

La mayoría dedicó sus siguientes años como futbolistas a jugar en equipos de segunda fila, y poco a poco fueron desapareciendo del mapa futbolístico. Es el caso de Obiekwu, Teslim Fatusi, o Abiodun Obafemi.

Pero hay dos casos especialmente curiosos.

El primero es el de Mobi Oparaku. El lateral derecho de aquella selección, que marcó a Rául en el Mundial 98, es posiblemente uno de los peores jugadores que nunca hayan disputado un Mundial. Cuando formó parte de los vencedores en Atlanta 96, Oparaku era un jugador de las categorías inferiores del Anderlecht. Tras los Juegos, fichó por el Turnhout de la segunda división belga. Tras unos años en equipos de segunda de ese país, fichó en 2000 por El Paso, un club amateur estadounidense. No contento con haber jugado en las segundas divisiones de estos países, su último destino conocido fue el Rivoli United, de nada menos que ¡la segunda división jamaicana!.

Ahí es nada, de medalla de oro en los Juegos Olímpicos, de gran promesa del fútbol, a la segunda división de un país como Jamaica.

Otro caso a reseñar es el de Emmanuel Babayaro, portero suplente de aquel equipo y hermano del actual jugador del Newcastle. En el verano de 1996, fichó por el Besiktas y, tras dos temporadas sin debutar y probar suerte en el Motherwell escocés, dejó el fútbol para dedicarse a la producción de cine. En 2005 estrenó en Nigeria su primera película, titulada ‘Growing Up’, en la que también tiene un papel como actor y en la que hacen cameos jugadores de la actual selección nigeriana como Osaze Odemwingie, Christian Obodo y Obafemi Martins.

En fin, como vemos, las opciones de Nigeria de lograr un papel importante en el Mundial 98 se vieron truncadas por una serie de lesiones, gravísimas. Mala suerte que algunos han visto como una maldición.
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